miércoles, 9 de julio de 2008

Recensión: Roberto Follari

Peripecias del posestructuralismo en comunicación

Antropofagias (la indisciplina de la comunicación); de Víctor Silva Echeto y Rodrigo Brownes Sartori, Biblioteca Nueva, Madrid, 2007, 172 pp.

Bienvenidos el talante polémico y la seriedad cognitiva puestos en el trabajo de este par de investigadores que trabajan en universidades chilenas (aún cuando Silva Echeto sea oriundo del Uruguay). Por una parte, no sobra en la academia actual el ánimo para plantear discusiones, en contra de aquellos que obvian –en nombre de una mal entendida cortesía- toda crítica y todo enfrentamiento de ideas. A su vez, el cuidado en el estilo expositivo tanto como en la referencia a las fuentes, deja claro que el rigor intelectual es un prerrequisito de la crítica a los formalismos practicada por los posestructuralistas. Si alguien cree que deconstrucción es sinónimo de un crudo anti-método, o el elogio del acontecimiento una coartada para la pereza intelectual, este libro viene a contradecirlo de manera contundente.

El trabajo se compone de una serie de capítulos en gran medida independientes entre sí, aun cuando entrelazados por el enfoque que los subtiende: una búsqueda de politizar el debate sobre comunicación, desde una crítica radical hacia las nociones modernas de abstracción y de conceptualización, en lo que conllevan de homogeneizador y generalizante.

De ningún modo seguiremos el detalle de los textos que componen esta obra, lo cual nos llevaría demasiado lejos en longitud, pero además no haría justicia a la idea central que los rige: los meandros de la realidad debieran ser seguidos por el pensamiento en su minucia y su multiplicidad intrínsecas. Así, no cabe una síntesis que no resulte una traición a la versión previa que se pretendió sintetizar (la cual –por su parte- en esta tesitura nunca resultaría originaria).

Es destacable que –contra el adaptacionismo que gana a buena parte de la producción sobre comunicación en el subcontinente- el libro guarda una atenta decisión de intervenir en lo político: el capítulo sobre el 11 de setiembre chileno y el 11 de setiembre del ataque a las Torres gemelas es elocuente al respecto, poniendo nombre y apellido a algunos responsables no siempre conocidos; y la consideración no simplemente elogiosa de los estudios culturales (en su reconocida versión complaciente con el capitalismo de mercado), marcan definidamente lo que afirmamos.

La asunción de lo posestructuralista está planteada desde la idea de adecuarse a una episteme posmoderna; en el libro hay una escritura fiel al colapso de la modernidad, pero no por ello establecida en las abdicaciones al pensamiento crítico que son habituales en pensadores que se asumen como posmodernos. No es casual que los autores a que se apela (Derrida, Foucault, Deleuze) sean posestructuralistas y no propiamente posmodernos, pues en estos últimos el filo de la negación ha sido concientemente abandonado.

Un tema tan transitado como el de la interculturalidad es trabajado desde enfoques novedosos, y sin abandonarse a la torpe noción de simetría intercultural que suele proponerse desde el canónico “enfoque Benetton”: las culturas diferentes están en condiciones de poder también diferentes. Los autores proponen la importancia de la traducción para el mutuo entendimiento, si bien pudo profundizarse en el problema de los límites de la traducción y el resto que siempre queda en todo proceso traductivo. Hacerlo sería muy coherente con la posición posestructuralista que resiste a toda homogeneidad, también en el campo del sentido.

El trabajo a la vez promueve una cuidada crítica del poscolonialismo (no en sus versiones latinoamericanas, sino en las originales de, por ej., Edward Said); advierte muy bien sobre la contradicción performativa de quienes critican al binarismo desde posiciones a su vez binaristas. Se advierte que los poscoloniales están en contra de la idea de una contradicción central colonialistas vs. colonizados, pero su discurso se afirma en la misma.

Por nuestra parte, pondríamos la crítica en otra cuestión, que afecta tanto a los posconialistas como a la crítica posestructuralista: el “binarismo” que se achaca al marxismo parece no comprender del todo a esta última línea de pensamiento. El marxismo –basta ver el ya añejo análisis de Mao sobre las contradicciones secundarias- nunca supuso que hubiera sólo una contradicción en la sociedad capitalista (burguesía vs. proletariado), sino que ésta es la que sobredetermina al resto. Y ésta es una afirmación que aún hoy puede hacerse significativamente, si se quiere entender las sociedades contemporáneas.

Por su parte los autores, en línea con la posición posestructuralista, tienen una consideración poco favorable del marxismo (p.ej., en pg.35); creemos que ello podría matizarse, ya que también la idea de que “el poder produce” tomada de Foucault, y que en éste se ha presentado a menudo como novedosa, es perfectamente compatible con nociones previas de la teoría marxista (¿acaso la “producción de hegemonía”, planteada por Gramsci, no implica claramente que el poder produce, que no es sólo una máquina de reprimir e impedir? ¿y la ideología, cuya noción es anterior, no es productora de efectos prácticos?).

Cabe subrayar –ya en referencia a otra temática del libro- la crítica que hacen los autores a la versión hegemónica de los estudios culturales, a la que sucumbió buena parte de la producción sobre comunicación en las últimas décadas. También es sugerente la recuperación de la relación constituyente entre comunicación y cultura, para que aquella no sea comprendida fuera de su efectiva concreción social. Por supuesto, ello implica que hay que ligar comunicación a cultura, pero ubicar la cultura como parte de lo social –que incluye lo económico- para no fetichizarla; y que se debe asumir que el objeto de lo comunicacional nunca se superpone con el de lo cultural “a secas”. De tal manera, el comunicólogo no es un nuevo antropólogo, sino alguien capaz técnicamente de dar cuenta de procesos comunicaciones específicos, ilegibles para la Antropología o para cualquier otra disciplina preexistente (aunque se valga de ellas, por ej. la semiótica, la cual da una clave parcial de dichos procesos).

Es notable el capítulo dedicado al movimiento brasileño de la Antropofagia, y la postulación de sus consecuencias para el pensamiento actual. Allí los autores muestran amplia capacidad para recuperar un movimiento artístico de clave casi idiosincrásica, y proponerlo en relación con valores universalmente defendibles: asumen lo latinoamericano sin desmedro de lo universal.

Particularmente apto para abrir discusión es el espacio propuesto para pensar la Comunicación como interdisciplina e indisciplina. Sin dudas que Comunicación se trata de un espacio de entrecruzamiento de discursos disciplinares, pero ello a partir de propuestas disciplinares previamente consolidadas (la Comunicación apela a la Sociología, la Lingüística, la Antropología, etc.); ¿puede imaginarse un conocimiento in-disciplinado que no partiera de mixturar y antropofagiar las disciplinas ya constituidas? Personalmente, entiendo problemático el planteo de una posible in-disciplina generalizada del conocimiento, que implicara la supresión simple de las disciplinas existentes; en todo caso, habría que especificar mucho más de qué se trata, antes que sostener su celebración a priori.

En todo caso, los autores plantean abiertamente el desafío a los rituales y rutinas propios del pensamiento tal cual está hoy codificado: y ello puede ser la base necesaria para re-pensar con profundidad lo anterior, para hacerlo materia prima de una reconversión suficientemente intensa como para promover nuevos horizontes de inteligibilidad.

También es fuerte la polémica que se abre con la idea de “pensar sin Estado” que nos traen los autores, y que asumen la contradicción de hecho que se produce en el marxismo, cuando se quiere eliminar el Estado a largo plazo, fortificándolo en el corto. Y donde la búsqueda de una vida comunista sin Estado implica una larga lucha previa, centrada precisamente en el control del Estado. Sin embargo, tampoco es obvio que el hacer caso omiso del Estado pueda permitir eliminarlo. ¿Es posible una especie de “subsunción” de las funciones del Estado por parte de la sociedad, como de algún modo ha planteado Holloway? ¿O se trata de no hacer caso del Estado aunque éste siga existiendo, lo cual sería una negación sólo ilusoria de los poderes que allí se conjugan?

En todo caso, los autores llaman a pensar sin centro, pensar con libertad, pensar sin autoridad. Para lo cual ellos saben invitar con exigencia intelectual y con rigor de pensamiento. En este sentido, si alguien pretende que el posestructuralismo es un llamado al más simple desorden, estará por completo equivocado: la libertad se conquista, y el posestructuralismo es un hijo –indeseado, eso sí- de la Ilustración.

Por lo cual este libro viene muy bien para las carreras de Comunicación, donde hay aún quienes creen que “teoría” es una mala palabra, y que el practicismo más ramplón puede ejercerse en nombre de supuestas “exigencias de la realidad”.-

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