miércoles, 9 de julio de 2008

Presentación del libro Antropofagias: Sergio Fiedler

Antropofagias. Para usar las palabras de Oswald de Andrade, la antropofagia es el acto cultural de devorar un enemigo sacro para transformarlo en tótem. No hablo de una antropofagia que nos envilezca y nos degrade, sino de una dieta de fibra humana que, en la pragmática de su violencia, nos produzca y nos enseñe amar al momento del consumo y la consumación. Cuándo nosotros, académicos-antropófagos, nos disponemos a escribir, lo hacemos en relación a un territorio poblado de signos, cada cual con un origen y destino propio, siendo nuestra escritura nada más que un cruce particular de las múltiples trayectorias que mantienen estos signos. Devoramos el signo para transformarlo en concepto. Pero no hacemos un concepto de cualquier signo. Así como el carpintero elije una madera especial para fabricar la mesa que desea, nosotros escogemos el material correcto para el sentido que queremos componer. Esta elección la hacemos por medio de la lectura y la interpretación, lo que leemos e interpretamos son los signos. Los signos son cualidades de color, de textura, de sabor y de afecto, signos capaces de ser afectados y someterse a la fuerza, o signos capaces de afectar y liberar una fuerza.

El signo es como un ladrillo, los puedes usar para construir una prisión o reventar una vidriera, su sentido siempre depende de la fuerza que es capaz de aprehenderlo. El signo es el indicador entonces de un potencial futuro, de una multiplicidad de niveles y de acciones posibles. Devorar el signo consiste en darle expresión a un potencial deseado que existe dentro de el. Nuestra escritura es entonces creación, no simplemente una representación de las cosas que observamos.

La interpretación se convierte en la aplicación específica de una fuerza, el sentido es entonces resultado de un encuentro entre líneas de fuerza, cada una de las cuales es un complejo de otras fuerzas. El proceso de lectura e interpretación que acá tiene lugar puede ser descrito indefinidamente en cualquier dirección, de manera que no hay totalidad expresiva que amarre de una vez cada elemento significante en un nudo lógico único. No hay unidad, sólo un territorio de luz donde el brazo del artesano se encuentra con la herramienta y la herramienta con la madera, de la misma manera que el ojo del académico-antropófago se encuentra con el sentido y el sentido con la palabra. Aquí no hay dualismos entre sujeto y objeto, el brazo es la materia prima de la madera así como el ojo es la materia prima de la palabra. El propio cuerpo del académico antropófago se ofrenda para ser moldeado por las mandíbulas del signo, de la misma manera en que este último es devorado desde la perspectiva de quien lo lee y lo interpreta. Si bien los signos no son pasivos, los signos en cierto modo son siempre de alguna manera derrotados por la interpretación, y en última instancia encerrados siempre en un contenido. El académico-antropófago es quien da expresión a ese contenido por medio de la escritura., es quien aplica más fuerza y lleva la de ganar hasta que su propio texto se vuelva en signo para que otro académico-antropófago lo devore. Siempre perdemos el control de lo que intencionamos, el signo que devoramos se transforma en tótem.

Para el académico-antropófago, el sentido entonces ya no existe bajo la sombra despótica de la palabra única, no hay una relación inevitable y necesaria entre la lógica del significante y la lógica del significado, sino el constante desencuentro y desplazamiento entre ambas producido por el evento creativo que es el devenir antropófago. No nos vamos a sentar a esperar a ser condenados o absueltos por el tribunal supremo de aquellos que defienden el canon de la disciplina. Aunque nuestro pensamiento se enuncie y produzca dentro de la institucionalidad simbólicamente ordenada pero imaginariamente derruida de la universidad, se mueve sin reposo por sus exteriores, sin temor a los guardias fronterizos, sin miedo a transformarse en el ladrillo que haga estallar la vidriera.

Utilizando las palabras de Brian Massumi en su Guía de Usuarios al Capitalismo y la Esquizofrenia, me pregunto y les pregunto a los autores de este gran libro que es Antropofagias: ¿cuál será sujeto que lance el ladrillo contra la vidriera? ¿Será un brazo conectado a un cuerpo? ¿O un brazo asociado a un cerebro enjaulado en un cuerpo? ¿Cuál es el proceso de conexión entre el cerebro y el ladrillo que hace imposible prescindir de la comunicación entre la cultura y la ciencia? ¿Cómo podemos explorar los potenciales de sus respectivos medios de expresión sin caer en el culturalismo o el naturalismo? ¿No será entonces la vidriera también un espejo? ¿No será la antropofagia un acto de masticar y engullir lo humano para encontrar las posibilidades de imaginar valores y formas de vida más allá de lo puramente humano?

Sergio Fiedler
Universidad ARCIS
Valparaíso

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